Si bien la última temporada de “House of Cards” estuvo marcada por la ausencia de Frank Underwood, como consecuencia del despido de Kevin Spacey, hay que recordar los problemas en la serie en el plano narrativo comenzaron mucho antes de perder a una de sus figuras principales. Más o menos alrededor de la cuarta temporada, “House of Cards” comenzó a irse por el rumbo melodramático de “Scandal” y este camino fue apretando el acelerador en su tramo final.
La serie siempre supo que se tenía que despedir presentando un épico Underwood vs. Underwood. Ya habíamos tenido un preview de la bronca de Claire y Frank antes de las elecciones generales, después se aliaron de nuevo para postular juntos en la formula Underwood-Underwood y para el final de la quinta temporada, Tom Hammerschmidt (Boris McGiver) expuso todas las cosas que Frank había hecho con lo que Claire pasó de ser la vicepresidenta a la primera mujer al mando del país más poderoso del mundo. Si embargo, una vez que Claire rompió la cuarta pared con ese “mi turno” se independizó por completo de Frank. Claire jamás iba a ser esa marioneta que bailaba al son de Frank, que esperaba convertirse en una suerte de mandatario en la sombra, esto los iba a colocar de nuevo en dos extremos y otra vez tendríamos una pulla por el poder. Mi teoría, y creo que no se aleja mucho de la verdad, es que la batalla final iba a involucrar la transformación de Claire en Frank y la decadencia de Frank con un legado manchado.
El legado de Frank fue parte central de la sexta temporada aun aunque no estaba presente.
Tras la salida abrupta de Spacey, la producción necesitaba un nuevo antagonista y en lugar de Frank, tuvimos a los Sheperd. Lamentablemente, ni los Sheperd, que representaban a los magnates que controlan el país tras bambalinas, ni Doug (Michael Kelly), que buscaba proteger el legado de Frank, y ni si quiera los medios se sintieron remotamente amenazantes como en su oportunidad lo fue Raymon Tusk (Gerald McRaney) con Underwood o el propio Viktor (Lars Mikkelsen) con Frank. Sin un enemigo de peso, Claire tuvo que ser la protagonista y la antagonista al mismo tiempo. En teoría, esta idea es una de las más coherente; Claire terminó siendo peor que el propio Frank, más desalmada, más manipuladora y más hambrienta por el poder, pero en la práctica a la serie le perjudicó no tener alguien de calibre que desafiara a Claire en todos los sentidos posibles. Sin embargo, al igual que las series de héroes, “House of Cards” necesita tener ese villano astuto que ponga en jaque al protagonista y al no tenerlo, pues, todo era demasiado sencillo para Claire.
De tal modo que todos los planes le salían a la perfección incluso cuando aparentemente todo el panorama estaba en contra con medios cuestionando su estado mental, políticos y empresarios conspirando para sacarla del poder y sin tener ni un solo aliado. En varios capítulos se remarcaba que tan malo como podía ser Frank, Claire era mucho más peligrosa y eso se termina confirmando con cada nuevo episodio.
Durante toda la serie, Frank necesitó a Doug y a Claire, pero resulta que Claire no necesitaba a nadie y siempre tuvo la habilidad de estar dos pasos adelantes que la mayoría.
Pese a que la última temporada pecó de absurdidades y estuvo al mismo nivel que “Scandal” en varias historias exageradas como el embarazo de Claire, una mujer de más de 50 años, los asesinatos por doquier de enemigos públicos de Claire - ¿en serio a nadie le parece sospechoso que todos los enemigos políticos de Claire se mueren en extrañas circunstancias?-, hasta la escena final donde Claire mata a Doug, lo cierto es que Robin Wright no solo se adueñó del show sino que lo cargó con defectos y todo. Así que gracias a ella es gratificante ver la serie y en especial, la última temporada, donde ha sido un placer ver a Claire navegar en lo que parece ser su habitad natural y también ha sido satisfactorio verla “ganar” diferentes partidas.
Uno de los mejores momentos de la temporada es ella presentando su gabinete conformado por puras de mujeres.
Otro punto en común no solo con “Scandal”, porque también lo vimos en “Homeland”, es el trato que sufren las mujeres cuando llegan a la presidencia solo por el hecho de ser mujeres, pero la diferencia es que Claire supo maniobrar ese prejuicio a su favor y aunque eso es fenomenal en la pantalla, no se siente muy realista que digamos. Asimismo, la temporada trató de incluir el polémico robo de datos y la manipulación de masas por medio de una aplicación creada por Duncan Shepherd, una suerte de Mark Zuckerberg, pero no tuvo tiempo para una resolución.
No sé de quién fue la idea de darle el rol de malo al carismático Greg Kinnear, pero no funcionó.
El título de la serie, “Casa de cartas”, es mencionado en el último capítulo cuando Bill Sheperd (Greg Kinnear) está mirando la pintura de Jean-Baptiste-Siméon Chardin después de ver otras obras de arte y dice que “(todas ellas) tienen una cosa que tienen en común, (…) están esperando que las cartas se caigan”. Esta reflexión, una metáfora y un resumen sobre la fragilidad del poder que se puede desmoronar con un pequeño error. Ese bien pudo ser una mejor conclusión que la que vimos con Claire asesinando a Doug en el medio del despacho de la Casa Blanca. El final actual me deja la sensación de que pudo haber sido mejor no solo porque deja varias tramas sin respuestas, sino porque la serie lo merecía luego de una temporada tan irregular.
Pensamiento final:
Hay una gran cita de Joanne Clancy que se aplica a la perfección a Claire Hale: “Sé ese tipo de mujer que, cuando tus pies toquen el suelo cada mañana, el diablo dice" ¡Oh, no! Se ha despertado’".
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