jueves, 4 de junio de 2020

#Homeland T8: Prisionera de su país

Desde sus primeros episodios, “Homeland” supo retratar la paranoia y las secuelas psicológicas de Estados Unidos años después de los atentados del 11 de setiembre y también reflejó los desafíos del trabajo de las agencias de inteligencia tratando de defender a su país cuando en el mismo poder se ven intereses internos y externos que prefieren prologar los conflictos y las guerras. En medio del caos y de los juegos de espías, siempre ha estado nuestra heroína imperfecta que, a pesar de todo el sufrimiento que le ha generado servir a su país, sigue creyendo en el sueño americano. 



Se podría decir que “Homeland” tuvo dos vidas; las primeras temporadas que giraron alrededor de Nicholas Brody (Damian Lewis), el soldado que traicionó sus valores volviéndose terrorista, y las temporadas sin Brody, con Carrie Mathison (Claire Danes) y Saul Berenson (Mandy Patinkin) dedicados a salvaguardar la frágil democracia americana. Sin desmerecer la espectacular primera temporada, una de las mejores sino la mejor de la serie llena de tensión y ambigüedad, las tres últimas han sido de una calidad altísima y hasta se han sentido proféticas brindándonos una mira ucrónica de lo que hubiera sido un gobierno de Hillary Clinton con Rusia y la ultra-derecha intentando desestabilizarla. En la séptima entrega, tras una fuerte campaña de manipulación de información en las redes sociales, Rusia en conjunto con los seguidores de Brett O’Keefe (Jake Weber) logran que Elizabeth Keane (Elizabeth Marvel) renuncie a la presidencia para no seguir dividiendo al país.



 El showrunner de la serie, Alex Gansa, dijo que la temporada final regresaría a sus raíces; el trabajo de inteligencia en el medio oriente. En ese sentido, Saul recluta a Carrie para una última misión; ayudar a concretizar el acuerdo mundial, pero, como suele suceder en “Homeland”, algo sucede que genera hecha más fuego al incendio e intensifica el conflicto. De ese modo, justo después de anunciar el fin de la guerra, el presidente Warner (Beau Bridges) de Estados Unidos y el presidente Daoud (Chritopher Maleki) de Afganistán mueren en un accidente de helicóptero. Tras ambas muertes, los vicepresidentes que ascienden son el oportunista Ben Hayes (Sam Trammell) y el corrupto Abdul Qadir G'ulom (Mohammad Bakri), cada uno con planes que no involucran la resolución del conflicto. A esto hay que añadirle Jalal Haqqani (Elham Ehsas), el hijo del líder talibán Haissam Haqqani (Numan Acar), aprovecha para adjudicarse el haberse derribado el helicóptero para crear su propia reputación fuera de la sombra de su padre quien había acordado el cese de armas para alcanzar la paz. Se escuchan campanas de guerra. La única esperanza para que Estados Unidos no se vuelvan a meter una guerra sin sentido es la caja negra del helicóptero, pues, es la prueba de que la muerte de los presidentes fue un accidente. 



 En el periplo de encontrar la caja negra, Max Piotrowski (Maury Sterling) termina asesinado por los rebeldes pese a los esfuerzos de Carrie, quien se aliado con Yevgeny Gromov (Costa Ronin), un oficial superior de operaciones de GRU (Departamento Central de Inteligencia de Rusia). La muerte de Max es una raya más al tigre de las bajas que ha tenido que soportar Carrie en su línea de trabajo, sin embargo, esta vez la agencia lo abandonó a su suerte evidenciando, nuevamente, las triviales prioridades de la CIA que estaba más preocupada en capturar a Carrie porque la consideraba una persona de interés en el accidente del helicóptero. Alrededor de la séptima preguntamos, después de la muerte de Peter Quinn (Rupert Friend), me pregunte si era posible que en algún momento Carrie se convierta en “la nueva Brody”. Quizás la pregunta más exacta debió ser qué tiene que suceder para que Carrie se dé cuenta que no vale la pena tanto sacrificio por su país y que su complejo de salvadora le hace daño, pero la respuesta sería la misma; un rotundo nada. Carrie vive obsesionada con su misión. Durante años la hemos visto elegir esa vida, inclusive si eso significa sacrificar a su familia y hasta su cordura, pese a que ha sido desacreditada, ignorada, criticada y relegada. Uno de los clichés involuntarios y recurrentes en “Homeland” es que Carrie lo descifra todo primero, pero nadie le hace caso a tiempo. Lo que esta temporada demostró reiteradamente es que no hay nada que Carrie no haría por su país… aunque ahora, tampoco es que tuviera una opción; era el activo de Saul en Rusia o que EEUU vaya a la guerra. En un balance, Carrie entendía que sacrificar una persona, así sea la única mujer que brinda detalles de las actividades de Rusia, para evitar la muerte de millones de personas era lo correcto y sabemos que Carrie siempre hará lo que ella considera correcto sin importar el daño colateral, en este caso, le costó la vida de Anna Pomerantseva (Tatyana Mukha), la traductora del director del GRU. 



 El último capítulo se titula “Prisoners of War” en homenaje a la serie israelí del mismo nombre que sirvió como inspiración para las primeras temporadas, pero también como una especie de descripción de la vida de Carrie y Saul como prisioneros constantes de diferentes guerras internas y externas. “Homeland” termina con Carrie en Rusia con Yevgeny. La mujer siempre ha tenido una debilidad por hombres que tienen un lado oscuro marcado y de una ética moral bastante gris. En fin, parece que Carrie está bien en Rusia y hasta ha publicado un libro sobre los secretos de la CIA, mientras que Saul también ha dejado su puesto como asesor de seguridad en Washington. En la última escena, se nos confirma que Carrie sigue siendo “prisionera de su país”, pues, asumió el rol de Anna Pomerantseva y periódicamente le enviará información sobre las actividades del Kremlin. Esta era su forma de pedirle perdón a Saul y también cumplir una especie de penitencia autoimpuesta, otra vez, Carrie se ha sacrificado, esta vez, a largo plazo, no solo ha dejado a su hija de forma permanente, sino que todos la ven como una traidora. En cierto modo, la historia de Carrie termina siendo un eco a la vida real de Edward Snowden, elexempleado de la CIA que filtró información sobre los programas de espionaje secreto de las agencias de inteligencia americanas. Snowden es una figura controversial a quienes muchos ven como un héroe y otros como un traidor. En la actualidad se encuentra viviendo en Rusia.



El jazz es otro de los personajes entrañables de “Homeland”. Desde su opening, con un saxo inquietante que atormenta, hasta las escenas donde los personajes escuchan este género de música, hasta el final, el jazz ha estado presente. En la última secuencia, Carrie asiste a un concierto de jazz junto a Yevgeny. ”Truth” de Kamasi Washington nos deja una sensación agridulce, pero enigmática. El jazz nos está revelando del estado interior de Carrie; ella sabe lo que está haciendo, es una prisionera de su país, y continuara siéndolo pase lo que pase. Un comentario aparte Hugh Dancy, el esposo de Claire Danes, le dio vida a John Zabel, un digno representante de los elitistas que piensan que Estados Unidos debe tener mano dura con todos y meterse en todo tipo guerras, un tipo que se ganó el odio en una sola temporada y que era tan o más odioso que la insoportable Dana Brody (Morgan Saylor), al menos se le disculpaba a Dana porque era una adolescente, pero Zabel solo quería ver el mundo arder en llamas. Dancy no compartió ni una sola escena con Danes. 



 ¿Cuál es el legado de que deja “Homeland”? La reinversión. Se trata de una serie que supo plasmar las propias contradicciones de sus protagonistas y de su país ampliando el espectro de los buenos y los malos. Asimismo, supo diseccionar la política y las relaciones internacionales en diferentes momentos. Hace un par de años se les criticó que los antagonistas que tuvieron fueron solo musulmanes, tal vez por eso a partir de la sexta temporada la atención se enfocó al interior de Estados Unidos, un país prejuicioso cuyo status quo aborrece la idea de un cambio, mientras que en la séptima temporada, los responsables de los problemas era la ultra derecha y la granja de trolls creada por Rusia y en la última temporada; el verdadero enemigo de la paz son los intereses de los que están en el poder. Pero vale la pena aclarar que no se trata de una reivindicación, sino de una forma de reinventarse. Homeland, el Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, nació en el 2002 con la responsabilidad de proteger el territorio estadounidense de ataques terroristas. En ese sentido, la serie que lleva su modo nació con la idea de reflejar ese trabajo el cual también fue mutando con el paso del tiempo. 



 La serie de “The Looming Tower”, basado en el libro Lawrence Wright, nos muestra la feroz rivalidad entre la CIA y el FBI pudo haber facilitado los atentados del 11 de setiembre ya que, en lugar de colaborar en una investigación conjunta, cada uno se fue por su lado saboteando al otro. “The Looming Tower”, que se estrenó en el 2018, parece la precuela involuntaria de “Homeland”. Recordemos que desde su inicio, por allá en el 2011, “Homeland” se ha especializado en ser un thriller psicológico y político dando una vista del trabajo sucio de los espías, de las agendas útiles de los gobiernos turbios y de la negligencia e incapacidad de las agencias de inteligencia, además de la complicidad de los políticos y los medios. La licencia dramática más exagerada de la serie es el nivel de compromiso de su indomable heroína que no siempre logra salvar el día, pero salva la democracia y evita la guerra, pese a que el mundo esté en su contra.

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